Un muerto en «Los Leones»

Corría el mes de abril del año 1909, el cabo de guardia de la comisaría de Suipacha recibía la denuncia del tropero Sixto Quiroga[1]“que a orillas del arroyo Los Leones” había  entre los juncos un muerto.

El comisario Belisario T*** escuchaba al tropero con la gorra metida hasta las cejas, que el rostro estaba cubierto de barro y en algunos puntos por sangre negra que habría brotado de su boca.

Después de pensarlo y tras cierta vacilación decide llamar al médico de policía Don Agustín Baroni[2] y al cabo Emilio Perelli[3] para que lo acompañaran hasta el lugar. Eran las tres de la tarde, partieron en sulky que les había prestado el Intendente Municipal Don Antonio Cordoni.

Al llegar al sitio lo encontraron flotando en Los Leones, cerca de la orilla opuesta al camino que va a Mercedes y, en un punto no muy distante del Puente de Palacios.[4]

El comisario no era muy leído, con el ceño fruncido que lo caracterizaba le ordenó al cabo Perelli que le saque los pantalones al occiso y le palpara los testículos, a lo que el cabo se negó, aduciendo que era tarea del médico policial.

El médico lo examina y expresa en voz alta, el cuello se halla muy hinchado,  es un caso de muerte por sumersión. El comisario sorprendido le pregunta ¿Un caso de qué?

Luego de examinado el lugar, dando vistazos por aquí y por allá, deciden llevar el cadáver al pueblo.  Cómo necesitaban un carro para trasladarlo se dirigieron al puesto de  una estancia cercana[5].  Seguramente los moradores del puesto los vieron acercarse y decidieron atrancar ventanas y puertas. Cuando llegaron a la casa se dieron a conocer pero nadie respondía.

Enfurecido el Comisario desenfunda su revólver calibre 44/40 y efectúa dos o tres disparos al aire. Al rato, como con miedo se acerca un paisano a atenderlos, preguntando que buscaban. Le explicaron que necesitaban un carruaje para trasladar el difunto al pueblo, a lo que el puestero le contesta que no iba ser posible porque el eje estaba roto.

Los últimos rayos del sol iban despareciendo para dar paso a tenues estrellas en el cielo, ante el contratiempo deciden regresar al pueblo sin antes pedirles al puestero algunas galletas y un farol.

El cabo Emilio Perelli quedó de consigna acompañado de la vacilante llama  del farol que alumbraba el lugar y para evitar que los chanchos que merodeaban el lugar no se devoraran el cuerpo.

En la madrugada del día siguiente se pone en camino el carro basurero de la municipalidad conducido por el legendario Valerio Guevara[6], cuando llegó al lugar, sin mucho preámbulo le pidió al policía que lo ayudara a cargarlo, quedando con las piernas  hacia afuera, volviendo al tranco.

El comisario le había instrucciones precisas a Valerio Guevara, que al llegar al  cementerio de Suipacha, dejara  el cadáver en la puerta y que de lo demás se iba hacer cargo el sepulturero.

Y así fue nomás, lo arrojaron como una bolsa de papas en la entrada y se despidieron. El expediente fue sencillo para el comisario, fue anotado en el libro de entrada del cementerio como N. N. y el médico debió  emitir su testimonio señalando que no había existido violencia que provocara la muerte, que el cuerpo estaba en tal estado cuando se lo encontró porque tenía entre tres a cuatro días desde el fallecimiento.

 

 


[1] Perteneció a la generación de reseros con Isidro Navarro, Manuel González, Juan Hirtun y El Chileno.

[2] El primer médico nacido en Suipacha, fue un destaco profesional y médico de policía.

[3] Emilio Perelli fue abuelo de Ricardo, Enrique y Nene Perelli.

[4] Antigua denominación al puente cercano al establecimiento La veleta

[5] Hoy estancia La Veleta.

[6] Fue un humilde hombre, que trabajó hasta la década del cincuenta levantando la basura del pueblo

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