Siendo niño, esperaba ansioso la llegada de junio para ver florecer las moras plantadas en el Prado Belgrano, frente a la calle 9 de Julio, en un tramo de cien metros.
Daban fruto entre los meses de junio, julio, agosto y septiembre; eran frutos comestibles que se podían ingerir al natural tal cual se las desprendía del árbol.
Tenían un sabor muy agradable, en especial las negras eran agridulce. Las blancas eran más sosas. El principal inconveniente lo producían cuando la fruta caía sobre la vereda de baldosas, que al ser aplastadas por el pie del peatón, teñían a la acera de color similar al de la tinta china. Y, otro motivo de queja era que la transformaban muy resbaladiza. Los pájaros tenían asegurada su dieta.
La alineación, estaba compuesta de casi veinte plantas a una distancia entre sí de cinco metros y a 0,80 cm del alambrado perimetral. Eran plantas erectas, de más tres metros de altura con copa desplegada.
En la temporada de sus frutos, era muy atractivo ver las tonalidades que adquirían según la posición del sol. Su color variaba a medida que iba madurando, comenzando con un tono blanco verdoso pasando al rojo y finalmente llegaba al negro púrpura oscuro. Las pocas moras blancas, iban del verde directamente al blanco y de ahí no variaban más de color.
Desconozco cuál fue el motivo, por el que se plantaron, si fue para para dar sombra, protección, aire puro o sólo para mantener contacto visual con la naturaleza.
En algunos otros sitios supo haber plantas de moras, sobre la calle 1° de Mayo esquina San Lorenzo, sobre la vereda del ex – vecino don Pedro Guarizola; en Suipacha Chico sobre Fragata Sarmiento cerca de la Beti Aurrera. La mora criolla fue utilizada en muchos cercos rurales en las afueras del pueblo, porque era una especie trepadora.
Cada relato es una oportunidad de ejercitar mi memoria, y a veces el sentimiento y el afecto a mi barrio.