Una madre de aspecto humilde ingresa a la agencia oficial de lotería y quinielas. Espera su turno. Está nerviosa, es la primera vez que apuesta a un número. Extrae las últimas monedas de su desgastado monedero.
Debía jugarle al número que había soñado. Sacó cuentas. No tenía nada que perder. En el sueño había visualizado el secreto de ganar.
Se dirige a la puerta. Sus hijos se cuelgan de su larga y holgada pollera. Piensa, tiene el derecho a ilusionarse durante la hora que resta para el sorteo.
¿Hoy será su día de suerte?