Voy a referirme a un suceso, que ni siquiera me acuerdo de la fecha. Sólo me ha quedado el recuerdo.En mi pueblo, hubo una vez un almacén de ramos generales, haciendo cruz con la plaza. Los domingos por la mañana, era el centro de reunión de los hombres que llegaban del campo con sus familias para oír misa. Antes de ir a almorzar, acostumbraban dar una vuelta por el almacén.
Acodados sobre el mostrador, los parroquianos conversaban sobre los últimos acontecimientos, los temas dominantes eran el tiempo y el precio de los granos.Un día llega un paisano; después de pagar los objetos comprados prorrumpe en impropios.¡Patrón! ¡Patrón! Resuena la voz del empleado. El almacenero pregunta ¿Qué pasa? Sería bueno que venga a escuchar. En el mostrador un cliente reclamaba por la liquidación de su cuenta.Se produce silencio. El dueño se levanta de la silla y enfrenta al parroquiano con algo que parecía ser una sonrisa.
En esos tiempos, los almacenes iban anotando los artículos que tomaban en una libreta de tapa dura negra. En uno de sus extremos tenía un hilo para colgarla.
Lo cierto, es que las cuentas se liquidaban a fin de año, lo que originaba algunas veces se cargarán por error artículos no retirados.
Mirándolo con asombro, el dueño exclama ¡No puede ser! no es cierto lo que usted afirma.
Debido a la seguridad del almacenero, el paisano se siente amedrentado. Tarda en responder.
El cliente había escuchado atentamente al comerciante,
Cuando se decide, manifiesta que no podrá abonar la cuenta, porque estaba más cargada que dado en timba.
Pero, hombre ¿Con qué esa tenemos?
Algunas veces los almaceneros se valían de aquel ardid para engañar a sus clientes y recuperar el importe de las mercaderías vendidas al fiado y que no fueron anotadas en el libro de contabilidad.
El paisano, mueve sus grandes ojos y algo perturbado expresa “su imaginación ha aumentado el monto de mi cuenta” ¿Por qué?
El comerciante no vio más que una manera lógica de explicarlo, se dirige a su tenedor y le exclama “no importa, acredítale el importe de la montura, ya que el valor esta debitado en cada una de las cuentas de nuestros clientes”.
Con este gesto apaga la tempestad, el rostro del cliente se recobra de su palidez.
El dueño, para poner fin al reclamo, lo felicita, se disculpa y le dice ¡Clientes como usted, valen la pena tener! Agregando que era su obligación descubrir quien se había llevado la montura sin registrarse; sin mencionar que la montura había sido cobrada con creces.
Al día siguiente, el hecho era de dominio público, se reían del chubasco que se había llevado el almacenero; pero éste saboreaba una doble felicidad, se había cobrado la venta sin importarle el modo.
Tiempo después, se supo que muchos no se animaron a reclamar porque tenían viejas deudas sin saldar; solamente el paisano tuvo valor para decirlo. No temió al ridículo. Exigió con derecho.
Conclusión:
El relato pone en evidencia del aprovechamiento de la buena fe de los clientes depositada en los almaceneros y despenseros, lo que generó sin quererlo una mala costumbre que fue origen de altercados entre comerciantes y clientes.
Nota:
Los personajes, nombres y lugares que aparecen en el relato son expresiones ficticias. Cualquier similitud existente con personas o nombres propios de personas es puramente casual y así debe tomarse. Sus fuentes son relatos anónimos transmitidos por tradición oral.