El ceibo en mis recuerdos

Estoy parado en la puerta que daba al patio de la que fue mi escuela, comienzò a recorrerla con la vista y simultáneamente recupero espacios que evoco en mis recuerdos de una niñez lejana y feliz, un edificio espacioso y placentero, aulas impregnadas con un olor a libros nuevos. Me perturbo, me veo allì, justamente parado debajo de la no muy tupida copa del Ceibo, que fue durante mi primaria un punto de referencia obligado. Del ceibo a la derecha…del ceibo a la izquierda… del ceibo al frente…, a sus espaldas, en direcciòn a la casa de la directora, se

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Acorralado

El verano despliega sus vivos colores. Salvador cabalga por un camino rural de Polvareda, pequeña población situada al noreste de Saladillo, en donde los campos se ven embellecidos por el color oro de las espigas aplanadas de los trigales. Es una mañana de pleno estìo, con un cielo claro y despejado, entonces algo comenzò a suceder: dos cuerpos extraños de caracterìsticas absolutamente desusadas se hundìan en la atmósfera terrestre provenientes de increíbles alturas, a medida que se acercaban a la tierra crecìan de tamaño y adquirìan la forma de un sombrero de copa alta y alas estrechas, suspendidos a cierta

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El Objeto

El verano despliega sus vivos colores. Salvador cabalga por un camino rural de Polvareda, pequeña población situada al noreste de Saladillo, en donde los campos se ven embellecidos por el color oro de las espigas aplanadas de los trigales. Es una mañana de pleno estìo, con un cielo claro y despejado, entonces algo comenzò a suceder: dos cuerpos extraños de caracterìsticas absolutamente desusadas se hundìan en la atmósfera terrestre provenientes de increíbles alturas, a medida que se acercaban a la tierra crecìan de tamaño y adquirìan la forma de un sombrero de copa alta y alas estrechas, suspendidos a cierta

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Cueros robados

Leer el libro “Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur,” del coronel Alvaro Barros, escrito con claridad y con una emocionante sinceridad que vigoriza el relato, lleva al ànimo del lector a conocer la realidad argentina de una època, que todos pretendìan superar, pero no acertaban con los medios necesarios para lograrlo. (1) Han pasado del risueño episodio que relataremos tantos almanaques, que ni siquiera nos acordamos de la fecha, solo nos ha quedado el recuerdo de lo sucedido, transmitido a la actualidad por tradición oral. Para una mejor interpretación de los hechos nos ubicaremos entre los años

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Costumbres y Tradiciones

La vida y costumbres de Suipacha, durante la segunda mitad del siglo diecinueve, no diferían de los demás pueblos de sus alrededores, es una época que aún hoy nos interesa, porque convivían hábitos de la colonia con los primeros avances de la modernización. Somos herederos de muchos  aportes de los que nos precedieron y ello nos impone su reconocimiento y la gratitud frente a la herencia recibida, por ello debemos divulgarla sin ningún tipo de melancolía. En los primeros tiempos, aquí en Suipacha como en la región, la alimentación del hombre de campo, se basó en la caza y recolección

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Las Pulperías

La palabra Pulpería según algunos autores deriva de Pulquería, que en lengua araucana llámase Pulcú y en pampa Pulcuy o Polcú al aguardiente. En la llanura bonaerense las pulperías fueron puntos obligados de reuniones, lugar de payadas y narraciones, sitio de borrachos y truqueros mentirosos, teatro de disputas a cuchillo entre parroquianos, centro de noticias sobre animales extraviados, trazando en el suelo las marcas del ganado y se anoticiaban de la presencia de algún puma en la zona. Los caminos reales de la provincia de Buenos Aires estaban llenos de estos locales, típicos de la región rural, en el que

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Carrera de Caballos

Una de las mayores diversiones que tienen muchos hombres son las carreras de caballos, porque desde su temprana edad tienen una especial inclinación a las actividades lúdicas en sus distintas expresiones y porque varòn y equino configuran una dupla donde se dan habilidad y destreza. El amor especial a los caballos los impulsa a recorrer muchos kilómetros para asistir a una cuadrera cumpliendo de esta forma con una máxima enunciada en el Martín Fierro: “siempre el gaucho necesita de un pingo para cambiar la suerte.”Desde los años del Virreinato del Río de la Plata se organizaban en la campaña bonaerense

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JUSTINA de Cañada Larga

Se llamaba Justina, era hija de un sastre. Desde las pampas del sur llegó con sus pies desnudos y su pelo revuelto, la habían rescatado las huestes del General Martín Rodríguez. Estaba avejentada, algunas cicatrices adornaban su cara morena, sus manos endurecidas por el trabajo se parecìan más a las de un hombre. Acaso no contó a nadie del trato degradante que sufrió en las tolderías del cacique pampa Amengüel en el sudoeste bonaerense. La acosaban los recuerdos de un horrible tormento. Perdió su familia durante el malón a Cañada Larga en la década del veinte; el horror irrumpió, saquearon

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En el umbral de la otra casa

Visité a Miguel. Lo encontré en su habitación débilmente iluminada. Estaba afligido y en su rostro se dibujaba una esforzada sonrisa. Nos sentamos debajo del emparrado que existe en el jardín, alrededor de una mesa rectangular de mármol, sobre ella había una radio y el diario del día. Me ofreció una taza de mate cocido que acepté. Miguel es un anciano afable y hospitalario y corto de palabras. Inicié la charla. Minutos más tarde, va surgiendo de los labios de Miguel un increíble relato. Su prodigiosa memoria guarda la secuencia de los hechos ocurridos. Le sucedió de madrugada. Despertó sobresaltado.

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Un encuentro inesperado

Esteban Díaz es uno de los personajes del relato, relacionado de manera directa con el acontecimiento central. Sucedió el día de los Santos Inocentes. Era de noche; con algunas lloviznas aisladas y el calor agobiante presagiaba tormenta. Luego de cenar en la casa de su madre, salió con su automóvil. La crisis de fines del 2001 lo dejó sin trabajo, ahora se malganaba la vida conduciendo un taxi. Eran las veintitrés. La gran ciudad brillaba ya en sus múltiples esplendores. En el cielo algunas nubes intentaban cubrir a la luna. Mientras su Fiat Duna, modelo noventa y ocho, rodaba por

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