El pueblo estaba envuelto en la niebla matutina. A Martín Orellano, apodado el Negro por sus rasgos africanos lo veíamos en cada esquina. Nunca le oímos gritar ¡Diariooo, diarioo! En su niñez, la familia se trasladó a Suipacha desde J.J. Almeyra, pequeño pueblo del partido de Navarro. Su padre fue Mauricio Orellano de ascendencia africana pero nacido en la Argentina. Conducía un coche de plaza, estacionaba frente a la estación del ferrocarril en espera de viajeros, sentado en el pescante del carruaje, algo encorvado el cuerpo, permanecía inmóvil, entregado a sus pensamientos, la yegua baya también estaba quieta. Encaramado en
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Eleonilda
El proyecto de construcción de “Eleonilda” se remonta a los umbrales del siglo XX, afortunadamente su aspecto se conserva tal cual fue construida, aunque fue refuncionalizada y adaptada a su uso actual. La casona está ubicada estratégicamente en una zona elevada del pueblo, que en los planos de la época se designaba como “Cerrito del Durazno”. Probablemente edificada en el primer decenio del novecientos, vino a constituir la vivienda propia de un médico que se radicó en Suipacha cuando terminaba la década de 1890, perteneciente a una familia porteña con vínculos en la zona buscando aire puro para su hija
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La luz mala y otras historias
Es un relato de un antiguo poblador de “Las Catorce”, cuna de antiguas familias: las de Sandalia Contreras, Venera Tello, Juana Quiroga, Celestino Sosa, Nicolás Sosa, Lorena Benutto, Félix Berrutti, José Tust, Ramón Suárez, Benavidez, Peralta y otros apellidos que el paso del tiempo ha borrado de su memoria. Partiendo de la esquina de la Comisaría en diagonal al norte se llegaba al corazón del barrio, era necesario caminar a campo abierto por una estrecha senda, bordeada de pastos quemados por las heladas, morada de teros y lechuzas que al paso del hombre alzaban vuelo; a los lejos se divisaban
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