José Tomás Cappucci

La palabra Pulpería según algunos autores deriva de Pulquería, que en lengua araucana llámase Pulcú y en pampa Pulcuy o Polcú al aguardiente.
En la llanura bonaerense las pulperías fueron puntos obligados de reuniones, lugar de payadas y narraciones, sitio de borrachos y truqueros mentirosos, teatro de dispu- tas a cuchillo entre parroquianos, centro de noticias sobre animales extraviados, trazando en el suelo las marcas del ganado y se anoticiaban de la presencia de algún puma en la zona.
Los caminos reales de la provincia de Buenos Aires estaban llenos de estos locales, típicos de la región rural, en el que diferentes artículos de primera necesidad se vendían a quienes las frecuentaban pero no se les daba alojamiento.
Las habilitaciones para funcionar se debían solicitar ante las autoridades competentes como así su licencia para tenencia de tercerolas y sables para la seguridad de los locales.
Eran boliches angostos, oscuros y sucios, tradicionalmente con techo de paja o juncos sujetados a un armazón de troncos y paredes de adobe con piso de tierra, cuidando que las ventanas no se abrieran hacia donde soplaba el viento pampero, característico de la cuenca rioplatense, impetuoso y fresco proveniente del sudoeste, provocando polvaredas y arrastrando con fuerza lo que encontraba a su paso.
El mostrador estaba protegido con una reja de hierro, detrás de la cual despachaba el pulpero, al reparo de las arremetidas de los borrachos y de sujetos propensos a riñas. En el patio, muy cercano a la vivienda, se cavaba una zanja o pozo hasta la napa para sacar agua de la vertiente y conservar la de lluvia destinada al ganado.
Un pedazo de trapo colocado en la punta de una alta caña de bambú, flameando al frente del rústico edificio, significaba según su color, si se vendían servicios o vicios. 
Fue el lugar de encuentro de los paisanos de los alrededores, en dicho sitio se juga ba a los naipes, a las bochas, a la taba y se entretenían en las cuadreras para reconocer los mejores caballos.
Los indios como los paisanos concurrían a la pulpería para vender plumas, cueros trenzados, piedras, huevos de avestruces, sebo, grasa, etc., a cambio de ciertos artículos de uso cotidiano como yerba, sal, tabaco y tragos.
La escasa circulación de monedas hacía que el comercio funcionara sobre el sistema de permutas y fiado, lo que tentaba a los parroquianos a endeudarse. La presencia de vagos y malos entretenidos, cuando tenían noticia de la proximidad de las patrullas en tren de leva, huían velozmente del lugar para evitar ser reclutados por la fuerza para integrar los contingentes de los fortines de la frontera. Este sistema perjudicó a la población civil que no tenía trabajo fijo y a aquellos que poseían antecedentes por delitos menores. Recordemos que la «leva» significaba reclutar gente para el servicio del Estado, lo que permitía a la justicia engañar vagos y ociosos para la guerra a cambio de ración, vestido y sueldo. La policía hacía las rondas cuando comenzaba a caer la tarde, momento propicio para atrapar a las personas facinerosas que andaban fuera del poblado huyendo de la justicia. 
El problema de la inseguridad en la campaña era muy difícil de controlar y se agravó por las arbitrariedades y la mala fe de los hombres de la ciudad, que devenidos en estancieros, capataces o pulperos, encendieron ocultos odios de los indios y de los paisanos por el regateo en el pago de las artesanías, ponchos, frazadas, mantas y cojinillos, al recibir una escasa compensación que originaba continuas reyertas. En esa época existió un aforismo que se transmitía de boca en boca, que decía: «pulpero y ladrón dos parecen y uno son».
Los payadores, personajes centrales de este tipo de relaciones sociales, entonaban, acompañados de la guitarra, canciones que trataban ingratitudes del amor y lloraban desdichas. La concurrencia bebía para estimularse y evadirse de la realidad, que no era otra que una pobreza generalizada y magros sueldos. A mediados del siglo XIX, en jurisdicción del actual Cuartel VII del partido de Suipacha, don Julián Luengo tuvo campos y una pulpería, situada sobre el arroyo Los Leones, a dos leguas de la confluencia con el del Durazno y el Cardozo, dando nacimiento al Río Luján.
Hay quienes sostienen que la pulpería perteneció a Prudencio Luengo, que había habilitado a Julián Luengo para su despacho y administración, ambos eran primos de Simón Luengo, a quien se lo sindica de haber integrado el Ejército Grande en su marcha hacia Caseros, con seguridad los soldados compraron vituallas, yerba, sal y vinos. En el museo anexo a la Bi- blioteca Popular José Manuel Estrada de Suipacha, se conservan dos cañones abandonados presumiblemente pertenecientes a esta fuerza militar.
En el partido de Suipacha y en sus aledaños, a fines del siglo pasado existieron comercios que cumplieron actividades comerciales afines, entre ellas podemos citar:
– Muy cerca de la Estación del ferrocarril Sarmiento ubicada en Román Baez, en campos que fueran de Francisco Correa, a la altura de lo de Bidondo, existía un concurrido negocio de ramos generales, acopios de frutos del país y despacho de bebidas. La revolución del año 1893, la vivió Suipacha con pasión. El 30 de junio de ese año un contingente de 50 hombres al mando del caudiIlo Miguel Correa, pariente del primero, bien armados y montados, acamparon en la plaza ubicada frente al Hospital de Mercedes, desfilando más tarde por las calles de la ciudad, poniendo una nota atrayente y emotiva, así lo recuerda en su libro «Del Viejo Mercedes» el prestigioso escritor mercedino don Roberto Tamagno. En lo que hoy es General Rivas, había un almacén de campaña y despacho de bebidas cuyo propietario fue don Pablo Martínez hermano de Clemente Martinez, este último contrajo matrimonio con Eufemia Villafañe, quienes son el tronco de una tradicional familia con descendientes en Suipacha.
– Sobre el cerrito El Durazno, donde estuviera levantada la casa de la fundadora, Pascual Suárez explotaba una pulpería que mediante pago ofrecía albergue a viajeros, techo a la caballería y a los carruajes.
– En Las Saladas había un negocio de ramos generales, despacho de bebidas y cancha del divulgado juego de bochas, cuya ubicación no distaba mucho del cruce del camino a Navarro con el de la Guardia a Luján.
– El 8 de enero de 1842 don Federico Suárez, vecino de Chivilcoy, recibió el permiso de abrir una pulpería y casa de trato en el linde con la zona de la Guardia de Luján, costa de La Salada, en los terrenos que pertenecieran en vida a Bernarda Frías de Gorostiaga de la localidad homónima.
El Censo de Comercios levantado en Suipacha en el año 1883 arroja las siguientes cifras estadísticas: 
a) Cinco bodegones donde se guisaban viandas ordinarias. 
b) Tres boliches con canchas de bochas y cantina 
c) Un despacho de vinos y licores. 
d) Una fonda que daba hospedaje y comidas y un restaurante para comidas especialmente elaboradas.
A principios del año mil novecientos van desapareciendo las pulperías que habían caracterizado el ámbito rural, algunos de sus propietarios generalmente de origen europeo, que mayormente residían en las ciudades, de esta modesta forma amasaron fortunas que le permitieron comprar campos y ocupar cargos públicos. Los almacenes de las estancias y de ramos generales de la campaña, fueron reemplazando a las pulperías, aceptando bonos, latas de esquilas y billetes emitidos por las compañías con los que pagaban a los peones que contrataban, con la intención de retenerlos.
Como conclusión, diremos que la existencia de las pulperías se relaciona íntimamente con situaciones económicas y sociales que vivía el país, indicando un ambiente primitivo y una forma de vida que tenía como temática dominante al gaucho.

Texto publicado en el Diario El Clásico Local el 6 de Agosto de 2005

Bibliografía consultada:
Pulperías y pulperos de Carlos A. Mayo. Editorial  Biblos. 2 edición. año 2000.
Las Pulperías por Ricardo Rodríguez Molas-Tomo III de Hisoria Popular Argentina CE. Año 1982.
CHIVILCOY, la Región y las Chacras de Mauricio Birabent. Sec. de Cultura del Municipio de Chivilcoy – Año 1992
Del viejo Mercedes por Roberto Tamagno Año 1936.
Relatos de Pedro Saubidet, tradicional familia de La Guardia de Luján. Delineó la traza del Pueblo de Suipacha por encargo de la fundadora.
Revista El Rodeo N°34 del Círculo Criollo marzo de 2001.