Máscaras, bailes y disfraces

Llámase carnaval al período de tres días que preceden inmediatamente al miércoles de ceniza. Comenzó a celebrarse en la ciudad de Buenos Aires a partir del año 1600. En Suipacha corría el año 1896, en el salón del “Club Social”  presidido por León Billourou, se efectuaban las primeras veladas, el edificio estaba ubicado en la esquina formada por las calles Combate de San Lorenzo y Belgrano. Cuando el siglo XX nacía,  un 25 de febrero de 1906, los jóvenes del Centro “Juventud Unida” organizaban las fiestas de carnaval  en el salón de la “Sociedad Europea”, situada frente a la actual comisaría de policía. Un año más tarde, en 1907,  se realizaban veladas en el “Centro Recreativo Suipacha”. Hacia el año 1918,  los vecinos de Suipacha, concurrían a las fiestas de la “Sociedad Manuel Belgrano”. En estos eventos, era habitual  el canje de flores y de muñequitos alusivos. A medida que se acercaban los días de carnaval, las vidrieras de los negocios mostraban una multitud de disfraces y  artículos para lanzar agua. En los días previos la banda de música local rondaba las calles ejecutando  un repertorio bailable. Desde las ventanas de las casas de familias presenciaban el desfile

A la hora de la siesta, los vecinos podían jugar  libremente con agua,  recorriendo las calles con baldes y  globos, el  estruendo de una bomba  anunciaba su finalización. Después de las 16 horas, se aplicaban multas a los contraventores.

En los corsos de antaño las comparsas irradiaban magia y color, desplegando los integrantes toda su simpatía. Un pueblo palpitante y bullicioso repetía durante el día “vamos al corso esta noche”.  A partir de la media tarde, era incesante el paso de los coches y sulkys que llegaban desde la zona rural, pasaban decorados con papeles de colores y los caballos con sus guarniciones lustradas y los penachos de plumas que sobresalían de la cabeza de las bestias engalanadas. El telón se levantaba a las 22 horas. En las noches la vida se agitaba, la gente   fluía de los distintos barrios hacia  la  principal  calle del pueblo, asistían con disfraces esmeradamente confeccionados. Fueron costumbres carnestolendas el uso de la serpentina,  arrojar papel picado sobre el cabello de las damas y cubrirse el rostro con elegantes máscaras. Durante el desfile  de las  comparsas se admiraban los movimientos cadenciosos. Alcanzaban  su máximo esplendor con el  candombe.

Los vecinos concentraban sus miradas en los carruajes que rivalizaban en esplendor y arreglos florales. Como escapados de un friso mitológico, llegaban los jinetes muy erguidos en sus caballos, con sus chinas enancadas, luciendo recados de auténtica platería artística, cruzando el corso y recibiendo un nutrido aplauso.

Al principio los bailes se organizaban en las viviendas  de particulares y luego se trasladaron a las sociedades extranjeras y finalmente a los clubes de barrios. Era habitual jugar con   bolsitas de papel y huevos de avestruces con agua. Los invitados concurrían con ropas de entrecasa, muchas damas soportaban resignadas un baño gratis.

A eso de la una de la mañana, el público se dirigía al  baile. Las colectividades extranjeras  fueron orgullosas pioneras, decoraban sus salones con coronas, campanitas, ramas, cintas, moños de papel crepé, globos y querubines. La presencia de los payasos creaba  castillos en la imaginación infantil. Los niños soplaban sus cornetas y silbatos atravesando la noche con sus sonidos, mientras  hacían girar sus matracas generando un ruido ensordecedor. Los pequeños se aventuraban a molestar a las mascaritas solitarias tironeándoles de sus ropas. Hace sesenta años los bailes  no eran tan frecuentes. Se esperaban con ansiedad los oficiales del “25 de Mayo” y “9 de Julio”. Cuando el cielo se cargaba de nubes negras, una tormenta  se avecinaba para mal de las jovencitas del campo. En el baile era norma retirarse el  antifaz, todos  volvían  a mostrarse tal como eran dejando de lado el personaje creado.

Animaban  los bailes cantores y orquestas contratadas. En las calurosas noches de verano se bailaban ritmos distintos a los de ahora, como  el tango “Después de Carnaval” por Osvaldo Fresedo, “El Rancho e la Cambicha” popularizado por el legendario cantor de las cosas nuestras don Antonio Tormo, “Sácate el Antifaz” música y letra de Romanelli y Munilla, La Blusa Azul (Cha Cha Cha), “El Chipi Chipi”, «El baile del Zucu  Zucu», «Zaza «(Dónde éstas), “Los Pantalones”, De Azul, pintada de Azul, “Merengue Apambichao” con el admirado Carlos Argentino, “Señorita Luna”, “Aquella Serenata”, “Recordándote” (Los 5 Latinos), “Sigue el Corso”, “Por cuatro días locos”, “Salud, dinero y amor”, cantados a voz de cuello por Alberto Castillo, todos muy  festejados.  El concurso de princesas creaba una enorme expectativa, éstas en su recorrida saludaban con simpatía al público.

Las orquestas estaban dispuestas en un escenario levantado con tablones y sostenidos por barriles de roble;  comenzaba el show tocando un pasodoble para levantar el ánimo de los asistentes. Las damas muy coquetas no se perdían ningún detalle, suspiraban al ver pasar a sus galanes, pensando en un posible hechizo. Las más tímidas o ya entradas en años planchaban durante el baile, bajo la incómoda vigilancia de sus madres. Los varones arreglados con las ropas y zapatos más lindos, iban al lugar donde estaba ella, para invitarla a bailar,  todos  se divertían con las cadencias, los boleos y las barridas. Las damas usaban tacones aguja apiadándose de los que recibían un pisotón, pidiendo disculpa, con una sonrisa, que era el código compartido.  Cuando una señorita no quería salir a bailar, tenía una repuesta a flor de labio, decían “tengo novio” o “estoy esperando a mi compañero”.

Los festejos duraban hasta poco después de las tres y media de la mañana momento en que la gente emprendía su regreso, se iba retirando con un lacónico aviso a su ocasional compañera/ro: “el fin de semana vuelvo…”.

Las calles escenarios de las fiestas de carnaval, fueron adornadas con guirnaldas y luces de colores. Las figuras colocadas a lo largo del trayecto, representaban estrellas, cometas, querubines, coronas, flores que reproducían dibujos de libros de cuentos y de caricaturas. En el transcurso  del juego se  suscitaban entredichos por el  uso de jeringas con colorantes que ensuciaban las prendas de vestir.  El  consumo de alcohol generaba groserías y  peleas, existía un cierto grado de permisividad y descontrol. También  se originaban discusiones  cuando  desde los techos de las casas vecinas se arrojaban  globos sobre los asistentes, ante la impotencia de la policía para contener los excesos.

Los primeros corsos sobre  calles de tierra se hacían  alrededor de la plaza principal; cuando se hizo el pavimento -1935/1937- comenzaron a organizarse sobre la Calle Rivadavia entre Balcarce y San Lorenzo.  Las confiterías “La Ideal”, “Club Comercio”, “Los Hermanos Grecco” y “Bar Alonso”, colocaban  mesas y sillas en las veredas para que la clientela tuviera un lugar de predilecto. Las miradas de los espectadores se dirigían al paso de las carrozas alegóricas, refugio de los recuerdos, que  desplegaban su magia, arrojando  flores a las damas. Las mascaritas tenían las caras  cubiertas con  caretas de cartón, cubrían sus cuerpos con sábanas y ropa vieja, alteraban su modo de caminar o disimulaban  su rostro con maquillaje.  Las bandas deleitaban con su ritmo pegadizo como  pasodobles,  fax trota, valses, tarantelas y jazz.  

En los años sesenta se efectuaron los corsos en el barrio de Suipacha Chico sobre la calle Fragata Sarmiento (de tierra) entre Domingo Sarmiento y 25 de Mayo. En éstos se  permitió transitar con autos, a los cuales se les cobraba una entrada para sufragar los gastos del evento. 

El “Club de Leones de Suipacha”  realizaba en la Diagonal Hipólito Irigoyen –década del setenta- la marcha de carrozas, comparsas, murgas y disfrazados. Por las tardes, hacían concursos de disfraces para los niños. En la intersección  de  Domingo  Sarmiento y   Belgrano con la Diagonal  se levantaba el palco para los músicos. Se  quemaba el “Rey Momo” que era un muñeco lleno de pasto seco.  Durante el desarrollo se realizaban  concursos de carrozas y disfraces y en el cierre consagratorio recibían interesantes premios. Para la selección de los ganadores lo decidía un jurado integrado por caracterizados vecinos, cuyos fallos eran inapelables.

En los años  noventa se llevaron a cabo las festividades en la Avenida Córdoba  entre  Santa Fe y Balcarce.  En la década del dos mil la “Sociedad Cuerpo Bomberos Voluntarios de Suipacha” los hizo a cabo en la calle Combate de  San Lorenzo entre San Martín y Córdoba.

La coreografía en las pistas de  bailes ahora era distinta, contaban con un increíble efecto lumínico, mayor volumen en los equipos de música, actuación en vivo de los artistas y la sorpresa de  fuegos artificiales.

Durante los últimos treinta años, el avance tecnológico ha contribuido a modificar las  costumbres del juego en carnaval, imponiendo el uso de la espuma en aerosol, la apertura de buffet en el recorrido del corso y una aturdidora propaganda comercial en desmedro de la música para la ocasión.

Llegamos al punto final de nuestra recorrida, el placer de recordar  épocas y costumbres de quienes aquí vivieron nos  trazan su idiosincrasia.

                                                                                   

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