Las fogaratas de San Juan y San Pedro

Atravesaron la puerta  de entrada de la confitería “La Ideal” por  la  esquina, después de quitarse los abrigos, se sentaron en la mesa que da a una amplia vidriera, miraron con curiosidad a su alrededor. Alguien de pie, invocó antiguas leyendas para explicar el significado de las noches de San Juan y San Pedro. Otro, respondiendo lentamente como si juntara recuerdos dijo “la fogatas se encienden para darle más fuerza al sol que a partir de esos días, se va haciendo más débil”, un tercero se enderezó en la silla y expresó “que el fuego tenía una función purificadora”.

Han transcurridos muchos años de esta conversación. En el pueblo de Suipacha cada 28 de Junio por iniciativa de la Parroquia al ocaso del sol, se organizaban procesiones con antorchas alrededor de la plaza y concluían frente al templo, con una oración del párroco recordando el martirio de San Pedro crucificado boca abajo.

La celebración alcanzó su apogeo en la década del cincuenta. Los protagonistas eran purretes  de los  barrios de Suipacha, se esmeraban por tener la mejor fogata. Se destacaban entre ellas, una que se realizaba sobre la calle 9 de Julio hoy barrio Del Unto, por la gran cantidad de ramas, pajas y cubiertas que se utilizaban para combustión. Otra, en Las 14 cerca de la Escuela 8 sobre calle San Martín, cuyo resplandor iluminaban la noche.

Dos testigos directas, Evelia y Beba, se han referido con melancolía pero con una tenue sonrisa en sus rostros,  sobre  “La esquina de los Palos” en 25 de Mayo y San Martín. En ese sitio, la noche venía cargada de los tradicionales fuegos de artificio, petardos y hoguera.

En ese baldío sus dueños acostaban postes sobre las medianeras vecinas y como el mismo no tenía cerco perimetral, se podía acceder fácilmente. La barra de Rolo acumulaba allí ramas, leña, sillas viejas, pajas, hinojo seco, etc. para que la hoguera no se extinguiera tan pronto. Los chicos se turnaban para vigilar la parva, porque otras barritas podían sustraerles elementos recogidos con tanto esfuerzo.

Al respecto, hay una anécdota que Evelia cuenta, una tarde “una anciana caminado despacio se acercó al grupo, llevando en sus manos algo…, rogando que se lo aceptarán, supimos después que era un muñeco de trapo para incinerar durante el festejo”.

Se observa que las verbenas de San Pedro han pasado al olvido salvo honrosos casos; se elegía una comisión para conseguir fondos. Una condición sine qua non para participar era que  los jóvenes debían ser solteros/as y preferentemente sin novias o novios; en  la semana previa se preparaban las listas de invitados, hasta llegaron a publicarse en el diario del pueblo. Horas previas al baile, en un ambiente bullicioso, se hacía un sorteo para el baile de parejas, no pudiendo rechazar el compañero/a la que le tocara en suerte.

Ya en épocas más recientes se fue acentuando  el uso de petardos y cañitas voladoras y la práctica de saltar sobre las brasas apretando los dientes ante la risotada de los presentes. Algunos vecinos fueron dejando de lado la fogarata como así la llamábamos y en su reemplazo se fueron colocando candiles a la entrada de sus viviendas. Llegaba otra Argentina.

Pues bien, en la época de la sociedad a que he aludido, la juventud tenía distracciones aprendidas y heredadas de nuestros mayores, pero igual fuimos felices.

 

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