Músicos suipachenses

La vida y costumbres de Suipacha de principios de siglo no diferían de los demás pueblos chicos de la campaña. Las festividades eran un motivo que congregaba en el pueblo a buena parte de la población rural. Se hacían no más de dos o tres bailes al año, por lo general en celebración de alguna festividad importante. A mediados de la década del novecientos se cultivaba la sociabilidad entre las familias nativas y extranjeras, organizando veladas literario-musicales en donde el pianista cumplía un nexo con la cultura europea. Era habitual escuchar en la Rotonda de la plaza a las bandas de música con su repertorio de retretas y canciones populares. En las fiestas cívicas y religiosas se cantaba el Himno Nacional, se declamaba a la bandera, se recitaban poesías y salmos por los coros de niñas. A medida que avanzaba el nuevo siglo, el público prefería en un mismo escenario la actuación de orquestas típicas de tango y milonga junto a las de características que rompían el molde de la época, al incorporar el acordeón y los instrumentos de viento –saxo, clarinetes y trompetas- que creaban un ritmo más alegre y festivo. En el año 1930 recién aparecen las orquestas de jazz -siendo las melodías sus temas principales-, tocando al estilo de las grandes bandas americanas. El rock llegó a principios de los cincuenta como reflejo de la música que se extendía por el mundo. En aquel momento el bolero romántico cubría un lugar importante en el gusto del público con el tango, la milonga y el folklore. Consecutivamente músicos y orquestas de Suipacha se expresaban con canciones y sonoridades.

A partir de 1930, supo imponer su estilo bailable al compás del acordeón a piano don José Lugones. Por aquel tiempo ubicamos -más cerca de los cuarenta-, al dúo de guitarras criollas que formaban Enrique Martínez y Vicente Tust. Por esos días aparecía en escena José Francisco Espina, apodado “Paco”, pianista, esmerado autor y compositor de obras musicales que deleitaban a quienes las escuchaban. En 1943 era artífice de piezas imborrables y de tangos que eran difundidos en orquestas porteñas: como en la de “Los Zorros Grises”, en la típica del maestro Antonio Sureda y en la del director y compositor Enrique Rodríguez, ambos músicos de extraordinaria popularidad que se prolonga hasta nuestros días. A su esposa Velia Sanseverino, se le deben las mayorías de las letras creadas mientras que a él la composición de las partituras. La prematura muerte de su compañera lo atormentó profundamente y al poco tiempo entró en una crisis depresiva. Entre las grabaciones de mayor suceso sobresalen el tango a “Ricardo”, valses criollos “Soñar y Vivir” y “Di que sí, di que sí”, la polca “Yo no sé”, la ranchera “Carne con Cuero” y el paso-doble “Ay, mi Jesusa”, entre muchas más. El Municipio de Suipacha, cincuenta años más tarde, impuso su nombre a una calle de Suipacha en el recuerdo de su memoria.

Le suceden en línea directa sus hermanos José Juan Espina (Tito) y Rosa Espina (Rosita). Como muchos artistas de la época comenzaron desde muy jovencitos tocando en las fiestas familiares y en los intermedios de las proyecciones de películas en el cine de su familia. Al adquirir la mayoría de edad Rosita ejecutaba el piano en las tertulias del viejo Club Comercio. A través de la magia del bandoneón supieron unificar diversos estilos musicales en una expresión común, es decir lo culto y lo popular. Tito Espina disfrutaba tocando su bandoneón en las noches de luna, clara y serena en algún patio de tierra del barrio “Las 14”, rodeado de madreselvas y malvones. Integró el cuarteto con su hermana, Juan Langarello (Bandoneón) y Carlos Fitti (Cantor), éste último de buen timbre vocal. Poco a poco fue creciendo su popularidad luego de cada actuación en las famosas kermeses del Prado Belgrano, todo se debía a la ejecución de las piezas bailables y a sus ritmos pegadizos. Rosa Espina (Rosita) falleció a los 96 años en el hogar de ancianos de Suipacha, rodeada del cariño de su familia y recibiendo sepultura en el cementerio local.

Entre los años cuarenta a los cincuenta adquiría notoriedad la típica característica dirigida por el ferroviario Pedro Blomberg (bandoneón), Coco Salvatierra (Bandoneón), Olindo Ochoa (Guitarra) y Ramón Landril (Contrabajo/acordeonista), que hacían bailar hasta a los abuelos con sus inolvidables tangos, milongas, canciones napolitanas, rancheras, valses criollos, fox trot, tarantelas y pasos dobles.

Cuando en el año 1948 el “Circo California” de Roberto Suki se estableció por unos días en Suipacha, se producían en su escenario las representaciones de obras de teatro de la literatura gauchesca que prendían hondo en los pobladores de la campaña. El dueño del circo había desempeñado papeles protagónicos en películas del cine nacional, como actor en “La Cabalgata del Circo” con la estelar actuación de Libertad Lamarque y Eva Duarte y en “El Diablo anda en los choclos” con el celebrado actor y cómico Luis Sandrini.

Precedía al “Circo California” una larga fama, por aquellos días figuraba entre sus cantores estables el “Chiquito Rodríguez” que lucía en Radio Nacional. En esos tiempos dos muchachos suipachenses de espíritu libre, con ánimo de abrirse camino, ofrecían sus servicios al señor Suki, ellos eran Juan Carlos Cardoso (Machete) y Arnoldo Cappucci, ambos de muy fino oído y de indudable talento interpretativo. Partieron con el Circo llevándose las enseñanzas de Fortunato Cappucci y Cosentino Borgo, éste último un exquisito guitarrista que tuvo influencia en la formación musical de los jóvenes. El maestro Fortunato Cappucci dirigía una orquestina de pocos y variados instrumentos, que interpretaba melodías, marchas y retretas en las fiestas de carnavales y patronales, entre sus ejecutantes sobresalían Chipolla, Jacinto Romero y Malionilli.

En el auge de la radiofonía -1950-, la fuerza de la representación revelaba el sello personal de Noldo Cappucci en sus actuaciones en Radio Mitre, integrando elencos en novelas gauchescas bajo la dirección del recordado Atilano Ortega Sáenz en la obra titulada “El boyerito de la cara sucia”. Además cumplió papeles de actor en “Pachenco el Maldito”, personificando al perverso personaje. Y en la patomima de Juan Moreira de Artenco Berrutti encarnaba la vida azarosa del personaje. Después de los años cincuenta constituía el conjunto de arte nativo con Néstor García (Guitarra), José María Tito Parlapiano (Guitarra) e Irma Vemposte (Vocalista); entretenían con su producción de galopas paraguayas, rasguidos dobles, valses criollos, zambas y agradaban sobre manera con “Pájaro campana” ejecutado con un arpa que habían comprado. En su vida circense Arnoldo Cappucci conoce a la que sería su compañera de camino, Irma Vemposte, artista del circo “Los Hermanos García”; después de un breve idilio contraen matrimonio en la vecina localidad de Moquehuá. En la década del setenta, Noldo muere en un accidente de tránsito en la ruta hacia la ciudad de La Plata.

En el año 1964 con motivo de las fiestas del centenario de la creación del Partido de Suipacha, brindó un concierto con los distinguidos guitarristas Juan Carlos Cardoso, Néstor García y José Tito Parlapiano. En dicha oportunidad dedicaron a los presentes la marcha de “Los árboles” que entró para siempre en el gusto de la gente; evidenciando una esmeradísima preparación y aportando un espectáculo de singular jerarquía.

En el período del cincuenta, fue el conjunto de Agapito Roldán (acordeonista), el elegido para amenizar en bailes, fiestas y carnavales interpretando los temas de mayor suceso. Lo acompañaban Macho Benavidez (Guitarra), José María Peña Romero (Guitarra) y Santiago Olindo Melo (Cantor). Simultáneamente merecen mencionarse en esos tiempos el vocalista Cacho Oscar Silva, cantor muy aceptado por el público; Benito Camerano (Bandoneón) toda una definición de acordes y musicalidad y Juan José Aldabe (Acordeón) el virtuoso del paso doble. Dos mujeres pianistas por excelencia se distinguían, una Elida Muñoz y la otra Olga Cepeda. Asimismo había conjuntos que alternaban tangos con otros géneros e invitaban a bailar polkas, valses, fax trots, pasodobles y rancheras. Uno de ellos fue la agrupación “Los cantores del Oeste”, integrada por Pedro Blomberg (h) como primera guitarra, Héctor Chanelli como segunda guitarra, Omar Braghi (tercera guitarra), C. Gutiérrez (bombo), Raúl Romero (vocalista), éste era un conjunto de atrayente reportorio con arreglos sencillos y de buen gusto.

Cuando el jazz comenzaba a invadir todos los rincones del país, un grupo de aminados vecinos constituían la tropical “Los Caribes” para delicia de los bailarines. Lo integraban Raúl Rebagliatti (Piano), Cecilio Suárez Torres (Batería), Raúl Bermúdez (Contrabajo), Pedro Blomberg (h) (Guitarra), Enrique Alberto Cross (Bongó), Cacho Barreiro (Vocalista) y Horacio Cirigliano (Vocalista). En década del sesenta, cuando el folklore comenzaba a resurgir aquí en Suipacha, el señor Juan Salvador Féderico presentaba en sociedad a “Mainumbi”, agrupación que rescataba las canciones rioplatenses con una gran aceptación del público. Actuaron en él Luis y Raquel Darritchon, Margarita y María Eva Delfino y el propio Féderico. En la actualidad éste último es compositor de letras e integra el coro polifónico local.

Respecto a los músicos de la década del setenta en adelante y de los coros polifónicos, locales quedo en deuda. Hecha esta observación y para finalizar, expreso que esta crónica solo tiene el propósito de colaborar con la reseña de los músicos que llenaron de melodías y alegrías las calles y salones de Suipacha.

José Tomás Cappucci

Nota: En el texto anterior no mencioné al compositor don Remigio Vergagni, nacido y criado en Suipacha, dirigió en la década del cuarenta un cuarteto en Merlo y compuso una pieza musical dedicada al profesor Arístides Testa Díaz.

RECONOCIMIENTOS:

Agradezco la ayuda generosa y desinteresada de Pedro Blomberg (Hijo)- Músico autodidacta. Profesor de guitarra y acordeón a piano. Representó a Suipacha en la final del Certamen Abuelos Bonaerenses del 2003 en Mar del Plata. Abril de 2010.

Carta del 10 de octubre de 2000, “Músicos de mi Ciudad” de Rosa Delia Espina (Nené).

Nota del 30 de junio de 2003, “Circo California” de José María Parlapiano (Tito).

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