La ampliación del ejido urbano del pueblo de Suipacha en 1889 dio origen a la distribución de solares, huertas y chacras de los campos baldíos, para que los poseedores pudieran desarrollar la crianza de animales y labores de labranza. Resulta oportuno resaltar que las tierras vendidas en remates públicos eran de aprovechamiento inmediato.
En el marco en que se desenvolvían las explotaciones, era frecuente que los propietarios y arrendatarios vivieran con sus familias en las huertas y chacras. Adornaban sus jardines con flores de distintos matices y plantaciones de duraznos, algunas higueras y álamos de hojas ovales. Muy próximo a las viviendas se observaba claramente la bomba aspirante y un molino con una rueda de paletas para extraer el agua. No faltaban las gallinas atendidas por la dueña de casa, que diariamente recogía los huevos y los destinados para empollar los señalaba con tinta china. Los desprevenidos visitantes tenían a veces un recibimiento inesperado, el miedo se apoderaba de ellos ante la presencia del perro que velaba por la seguridad de los moradores.
Los primeros habitantes de “Las Quintas” se dedicaron al cultivo de legumbres y verduras. Cabe agregar, que protegían los sembrados con cercas de tunas, pudiendo llegar éstas a tener hasta cinco metros de altura y cuatro de diámetro. Sus higos eran muy apetecidos. En caso de reyertas entre quinteros y criadores, por animales sueltos que perjudicaban los plantíos, el Municipio intervenía aplicando multas y secuestrando las bestias.
Tal como se ha visto en otros sitios, se entremezclaban los árboles de copas abiertas con los frondosos y existían además matorrales; los pájaros compartían sus ramas con palomas monteras, horneros y benteveos. Con referencia a lo anterior, no faltaron quienes colocaban tramperas para capturar cabecitas negras, jilgueros o corbatitas. De un pantano cercano levantaban vuelo gaviotas, patos y garzas de color azulado, formando en el cielo un arco iris. En las siestas de verano, los niños correteaban alegres persiguiéndose unos a los otros y con sus gomeras al cuello exploraban los senderos.
Se observaba que a la vera del camino real, eje dorsal de las comunicaciones, bastante ancho y frecuentado, se levantaban numerosas quintas. En efecto, el camino atraviesa perpendicularmente a Las Quintas, paralelo a las vías del Ferrocarril Sarmiento. Ahí estaban también los hilos de las redes telegráficas y telefónicas que databan desde 1899. En el marco de las observaciones, es oportuno señalar que el terreno se ponía muy anegadizo por las lluvias y en tiempos de sequía abundaban los colchones de tierra.
Cabe expresar que esta ruta era utilizada desde 1930 en adelante para el transporte de la leche y de granos por los dueños de los tambos y chacras del lado de Mercedes y J.J. Almeyra, que llegaban en carros cadeneros y chatas en importante número a las fábricas y al único centro acopiador de cereales. Aún hoy parece oírse el retumbar del traquetear de los vagones y el sonar del silbato de las locomotoras a vapor al acercarse al paso a nivel del barrio.
La creación de la Escuela Nº 5 vino a llenar un vacío en la educación a nivel primario, contribuyendo a elevar la cultura de los hijos de los chacareros y peones de campo. Fue habilitada el 1º de septiembre de 1889 en el deslinde entre los Cuarteles IX y X del Partido de Suipacha, cerca de Mercedes. Su matrícula inicial fue superior a treinta alumnos. Al comenzar se instaló en la estancia de Julia M. de Funes, siendo su primera preceptora la señorita Juana M. Díaz1.
A partir de la segunda década del siglo veinte las autoridades escolares decidieron trasladarla a la Sección Quintas – Cuartel Primero – de Suipacha, alquilando el edificio a Esteban Tavela casado con Ángela Couadeau, ambos luego se desempeñaron como porteros. El inmueble se componía de un salón espacioso con un largo corredor, techo de chapas de cinc, cenefas y columnas de hierro, con piso de ladrillos y la galería cubierta por una enredadera. El parque era cuidado con esmero, tenía plantado mandarinas, limones, duraznos, calas, rosas y margaritas. El camino era desparejo, al caer las lluvias se formaban pantanos profundos, entonces Tavela facilitaba el traslado de los maestros en un sulky de su propiedad.
Con los años, la Escuela fue trasladada cerca del pueblo, más precisamente a la calle Colectividad Italiana 335, en el predio donado por Bernabé Porras, hoy en dicho lugar funciona el Jardín de Infantes Nº 903. Entres las maestras que expresan un sentimiento de nostalgia podemos mencionar a Santina Bassi de Cirigliano, Ñata Morón de Quilici, Rosa Sansaverino de Espina (música), Teresa H. Rea de Costa y Ofelia R. Carrasco (Directora). A continuación también damos a conocer algunos de los integrantes de una de las últimas comisiones de la Cooperadora Escolar, a saber: Presidente Nélida Oyarbide, Vicepresidente Sara Aguirre de Calabressi, Secretaria Teresa H. Rea de Costa, Secretarias de Actas María A Leser y Teresa Irma D´Angelo de Calabressi, Vocales titulares y suplentes María R. de Martín, Ana F. Foggate de De Leo, Irma L. de Calabressi y María A. de Leser y Asesora Educativa doña Ofelia Carrasco.
Atento a las consideraciones anteriores y a la aparente quietud del barrio, el mismo estaba pletórico de vida. Por lo tanto, en la década del cuarenta las tertulias de las familias se organizaban después de la entrada del sol; cuando las dueñas de casas colocaban en la mesa platos con distintos manjares caseros, se tomaban sabrosos tés con pastelitos y conversaba sobre la belleza femenina, vestimentas y los hombres se dedicaban a jugar a las cartas y hablar de los ciclos de la luna, probabilidades de lluvias y sequías.
También al patriotismo lo llevaban bien adentro, no era cuestión de dejar pasar las celebraciones patrias, en los días 25 de Mayo y 9 de Julio, luego del almuerzo se organizaban carreras de sortijas o se inclinaban por una de las mayores diversiones que fueron las carreras cuadreras. Prevalecía el deseo íntimo de hacerse de algunos pesos; Martin Fierro decía “siempre el gaucho necesita de un pingo para cambiar de suerte”. Como nadie ignora, sobre la actual calle Tucumán existió una cancha de 500 metros de distancia, la que era mantenida por el vecino Samuel Barragán, quien antes de cada reunión hípica, la rastreaba y nivelaba.
En aquel tiempo -1950- don Tomás Zanardi, hombre de conversación fácil y trato jovial, explotaba un almacén, despacho de bebidas y cancha de bochas con frente a la calle Tucumán, lugar muy concurrido por las tardes. Este señor, en pocas palabras, tenía la costumbre de proclamar con énfasis ¡abran cancha que vienen los pingos!, ¡abran cancha que vienen los pingos! Y un sargento de la policía con un rebenque estaba vigilando la cancha.
Antes de apostar se aconsejaba para no perder plata, averiguar sobre la habilidad del jinete y su compenetración para las carreras. Anotaban caballos Natalio Scapino, su primo Ramón Scapino y Gregorio Roldán (Goyo), éste último criaba su pura sangre y solía montarlo de vez en cuando; su hijo el Chena siguió su escuela. En una misma jornada se organizaban varias carreras, eso sí, había que terminar antes de la entrada del sol, para que los jueces y rayeros no errarán en sus decisiones.
El hecho ocurrió en el mes de septiembre de 1953, es por muchos conocido y originó preocupación entre las familias de Suipacha, cuando un tren de pasajeros que había partido de la estación local no pudo repechar la cuesta de las quintas, lo que produjo la detención momentánea del convoy. Un rato después otra formación de carga con vía libre para circular, se incrustó en el último vagón, generando un incendio y susto entre los pasajeros.
De curioso, leyendo la edición del periódico Nueva Tribuna del 9 de noviembre de 1964, encuentro que el cronista de esa época redactó una nota con motivo de celebrarse los actos conmemorativos del Centenario del Partido de Suipacha y decía: “vibraron los motores en las picadas de automóviles en distancia de 400 metros, por los mismos andariveles donde antes habían competido los parejeros”.
Dadas las condiciones naturales de la zona, algunas de las propiedades estaban afectadas a otro tipo de actividades, tal como la de Eugenio Francisco Price que volcó su experiencia en la crianza de conejos. Es más, para su cometido construyó el mismo las jaulas, distribuidas en cuatro fajas con bebederos y tolva para la alimentación.
Ricardo Luttich es, sin duda alguna, el apicultor suipachense más destacado del siglo pasado. Arribó a Suipacha en el año 1936 procedente de Ingeniero Maschwitz e inició en Suipacha las primeras explotaciones en apicultura, utilizando para sus fines las colmenas que ubicó en su finca. Fue un auténtico pionero de la explotación racional de miel. Su actividad se vio favorecida por la abundante presencia de flores de trébol, alfalfa y cardo negro, permitiendo el pecoreo para la polinización.
Aprovechando las condiciones del suelo, en el año 1900 se iniciaron las quintas de verduras, siendo sus continuadores en la década del cincuenta don Manzanillo José Morfeo, Francisco Vicente Pichini y Antonio Razzo, quienes diariamente distribuían verduras frescas a domicilios. Los verduleros tenían sus tierras situadas en las inmediaciones del pueblo. Era una postal ver a los verduleros sentados en el pescante de la jardinera con toldo, encorvando el cuerpo y serrucho en mano cortando zapallos y pesándolos en una balanza romana, constituida por un brazo en forma de regla graduada.
Refiriéndonos a algunos vecinos del barrio, se puede afirmar que Ramón Valerio Scapino vivió en las quintas desde antes del año 1925, era hijo de un inmigrante italiano. Estaba casado con Rosa González, fueron sus hijos José Luis, Bautista Valerio, Julián, Lorenzo Patricio, Francisco Scapino y Ana, esta última casada con Alfredo Roldán (Ñato). A lo largo de su vida realizó diversas tareas, fue puestero, alambrador y arriero. En sus visitas al pueblo, se lo veía llevar apretado entre sus dientes un toscano “avanti” sin encender que despedía un fuerte aroma. En los últimos años de su vida se los veía montado en un caballo de pelo castaño cuando hacía los mandados en el pueblo.
Entre las últimas viviendas rumbo a Mercedes, nos encontramos con la finca “El Chileno”, que se hacía llamar Jacinto, que contaba con un amplio patio y frondosa arboleda. Hoy dicha propiedad la ocupa el doctor Julio González.
Los primitivos dueños de huertas que figuraban en el plano de ampliación catastral del pueblo de Suipacha del 1º/9/1899, vinieron a ser andando con el tiempo, las quintas antecesoras, por ejemplo, entre ellas estaban las de José Bonafina, Santiago Villalba, M. Cirigliano, AndrésTiberti y Luisa Murcio Blajota, Domingo Cirigiliano, J y F Cirigiliano, Sucesión de Oyhamburu, F. Doronzoro, Lucas Márquez, O. Ruiz, F. Azborno, N. Alfaro, Vicente Cirigliano y Santiago Kenney.
A comienzos del año 1920 el sector acusó un incremento de pobladores, sería largo enumerar todos los vecinos que le dieron fama al barrio, sólo a modo de ejemplo incluiremos la siguiente lista: Samuel BARRAGAN- Polo VILLALBA- José CALABRESSI- Juan COLOMBO- José MORFEO-Vicente PICHINI- Tomás ZANARDI- Melitón ARIZPE- Rosa Mariela de ARIZPE- Raúl MARAN- Emilia Frugotti de MARAN- Jorge OYARBIDE- Higinio MARTINEZ- Sara MARTINEZ- Gerardo VILLAVERDE- Ricardo LUTTICH- Ernesto ROBLEDAL- María del Carmen GONZALEZ DE ROLDAN-Gregorio ROLDAN- Pascual ROLDAN-María Flora DAVID- Mary y Lilia ROLDAN- Ricardo OBIETA- Negrita CIRIGLIANO DE GOBETTI- César CABRIO- Ramón Valerio SCAPINO- Bautista SCAPINO- familia ODRIOZOLA- Eugenio, Guillermo, María Rosa PRICE Y FURLONG y Rodolfo MUSSO.
Finalmente, creo que hay un misterioso placer en destruir la flora autóctona, por eso es necesario planificar el crecimiento del sector quintas para un adecuado aprovechamiento del suelo, es decir, construir y edificar manteniendo la armonía residencial con el paisaje en su conjunto.
(1)Juana M. Díaz fue la madre del profesor Arístides M. Testa Díaz.