Capilla de San José de «Las Saladas»

Me he detenido a leer los “Apuntes Históricos Pallotinos del Reverendo Padre Kevin O’neill” del que se deduce que la atención espiritual a los pobladores de la campaña bonaerense, más al norte que al sur del Río Salado, a mediados del año 1880, se hacía desde las estancias, que se habían convertido en un punto de reunión para la catequización. La ciudad de Mercedes fue sede de la Capellanía Oeste que abarcaba hacia adentro hasta Moreno y hacia afuera llegaba a Junín.

En este capítulo, merecen especial atención la Congregación de los Padres Pallotinos que se radicó en Mercedes en agosto de 1886, para dedicarse a instruir en la doctrina de la fe católica y abrir pequeñas capillas a pleno campo, dedicadas al culto divino para las familias. Dentro de esta misión evangelizadora, desde Suipacha se atendía un oratorio público perteneciente a la jurisdicción de la parroquia de Navarro, ubicada en el paraje “Las Saladas”, sobre el camino que une el pueblo de San Sebastián (Pdo. De Chivilcoy) con el de Moll (Pdo. De Navarro) rumbo oeste, casi en el límite con Chivilcoy a cuarenta kilómetros de Suipacha.

A la Capilla por su ubicación se la conocía con el nombre de “San José de Las Saladas”, había sido construida en una fracción de tierra donada por don Santiago Connaughton, lindero al campo de la familia Fitzimons – sobrino del primero -, teniendo cerca un importante y concurrido almacén de ramos generales y despacho de bebidas típico de la época. Estando este pedazo de pampa matizada por el verde de su flora y con tambos y estancias centenarias.

Gracias a los esfuerzos del rector del Colegio San Patricio de Mercedes, Revdo. Padre Patricio O” Graddy y con la permanente colaboración de la comunidad pallotina fue posible construir la capilla “Las Saladas”. Fue inaugurada el 15 de agosto de 1898 bajo la advocación de San José. Era una construcción sencilla, alta, su frente presentaba tres cuerpos y en el del medio un ovalo. Numerosos colonos irlandeses y vecinos concurrían a orar, las celebraciones eran presididas por el cura párroco padre Juan Petty.

Al contemplarla el visitante veía torre central con campanario y dos pináculos bajos laterales, remataba en la parte superior por una torre con una cruz latina. El templo contaba con una nave central y una sacristía donde se guardaban las cosas del culto, a un costado existía un confesionario construido de madera de roble. El altar mayor contaba con un comulgatorio con barandillas donde se colocaban los fieles para recibir el Cuerpo de Cristo. Había pocos bancos de madera y reclinatorios rústicos, los hombres se colocaban a la derecha y las mujeres a la izquierda cubriendo su cabeza con una mantilla. Al momento de la demolición del templo el mobiliario fue trasladado a la Iglesia de Suipacha. La Capilla fue demolida siendo cura párroco el reverendo José Campion.

El altar está dedicado a la devoción de San José y a la madre María flanqueado por una figura de Cristo. Su interior invitaba al recogimiento con pocos ornamentos y un sencillo altar. La fachada del templo estaba revocada, sus paredes laterales eran de ladrillos a la vista, techo a media-agua de chapas de cinc, un campanario bajo con dos campanas gemelas. La luz del día penetraba por dos juegos de ventanas estilo monasterio. Su estilo arquitectónico presentaba aberturas y arcos ojivales, se ingresaba por el frente y por su parte posterior, donde se encontraba una pequeña sacristía. Tenía una cerca perimetral de alambre tejido, para proteger el parque de los animales, éste contaba con una entrada principal, otra para los carruaje y, una tercera, que era utilizada solo por los donantes del terreno.

Con el transcurso del tiempo se fue dejando de lado la primera parte del nombre – San José – para denominarse vulgarmente capilla de “Las Saladas” por encontrarse en la zona de la cañada del mismo nombre. A lo largo de su existencia fue atendida dos veces por mes con la participación de sacerdotes de Suipacha y Mercedes, entre ellos los padres Weber, Dan Leavy, Madden, Histon, O”Graddy y otros más jóvenes de destacada actuación pastoral. Aún hoy muchos vecinos recuerdan con cariño y con nostalgia al inolvidable padre Santiago Luis Brady, que se movilizaba en su Ford “A”, para oficiar misa todos los cuartos domingos de cada mes a partir de las once horas. En las vísperas de la celebraciones religiosas el lugar se impregnaba de devoción popular, las velas permanecía encendidas y el altar estaba cubierto de flores. Desde 1898 los residentes del lugar se acomodaban en sus sulkys y se dirigían vestidos con sus mejores galas rumbo al santuario; a los chicos les provocaba una especial alegría, no solo porque recibían una merienda sino que podían encontrarse y jugar con otros amigos de los alrededores y a su vez los mayores disfrutaban del tradicional pic-nic que se realizaba después de la misa con motivo de que en esa época se practicaban ayunos a partir del sábado a la noche.

En consecuencia, la Capilla como sus similares de San Antonio de Areco, Carmen de Areco, Monte y Navarro, cumplía el rol de articulación social acercando a la gente dispersa en el campo y ubicando a los inmigrantes irlandeses recién llegados al país en las estancias que buscaban mano de obra. Por otro lado, también se confesaba a los fieles, se comulgaba, se oficiaban misas, se celebraban procesiones llevando la imagen de San José por los campos sembrados para pedir a Dios por las cosechas. Para el sostenimiento los fieles aportaban el diezmo dos veces al año, sin contar las donaciones en animales, bolsas de cereales y la limosna, ingresos éstos que eran destinados para el desenvolvimiento y funcionamiento del templo.

Es admitido que la vida moderna nos llena de comodidades y aleja de a poco de nuestras oraciones. En la década del sesenta a raíz de transformaciones económicas ocurridas en el país, numerosos vecinos afincados desde años en el zonas rurales fueron transferidos sin darse cuenta a los centros urbanos, lo que llevó a que muchos establecimientos se quedaban sin moradores, lo que trajo aparejado que el templo no fuera utilizado. La situación fue analizada por las autoridades eclesiásticas que decidieron que por la falta de fieles a misa y de un sacerdote que pudiera atender regularmente los oficios religiosos, se suspendieran las celebraciones. Con el transcurso del tiempo, como la situación no cambiaba, durante el curato de José Campion, es demolida la capilla y su mobiliario fue trasladados a la parroquia local.

Para finalizar, me resta decir que debemos bregar para que los símbolos de nuestra identidad cultural, religiosa e histórica “no sean destruidos”.

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