Caminos de la Campaña

La llanura de la provincia de Buenos Aires fue en el siglo XIX testigo de emprendimientos heroicos de hombres valerosos y abnegados que en sus viajes abrieron rutas en busca del mañana. La mayor parte de las huellas y senderos fueron trazados con el paso de las lentas y pesadas carretas y por los cascos de las bestias que las impulsaban, dejando marcados en el suelo profundos surcos fáciles de divisar entre los pajonales y que se anegaban en tiempos de lluvia.

Los españoles utilizaron caminos llanos, duros y senderos ya señalados en el tiempo por el paso de los aborígenes, con el arrastre de sus largas lanzas, marchando en una misma fila, para dificultar el conteo de sus escoltas. La huella conocida, como el “camino de los chilenos”, fue señalada por el indio y más tarde los ingenieros del  ferrocarril al pacífico la tomaron como referencia, porque atravesaban lugares poco inundables, ofreciendo a la vista de los viajeros soledad, pastos y cardos.

En lo que es hoy el Partido de Suipacha, pasaba el camino que conducía al Fuerte Cruz de guerra en 25 de Mayo. Seguramente los viajeros descansaban sobre la lomada del Cerrito del Durazno, lugar ideal para el  recambio de animales, sitio de descanso de los afligidos pasajeros y de provisión de agua dulce  y leña.

Por aquellos tiempos, a la pampa se entraba el camino a Las Salinas, partiendo de la Guardia de Luján, actual Partido de Mercedes, internándose hacia el oeste, atravesando el arroyo Los Leones y dirigiéndose a Las Saladas, luego a la región de Las Chacras, en Chivilcoy. Este camino era muy conocido, porque empalmaba con el de las rastrilladas en busca de la sal, al oeste de la provincia de La Pampa. Para hacer menos penosa las travesías se aconsejaba viajar de noche y con suficiente provisión de agua. La época ideal para transitar era entre los meses de septiembre a diciembre y la hora ideal entre las dos  y las diez de la mañana. Durante ese período de tiempo soplaba el viento fresco del sudoeste característico de la llanura pampeana.

Los accidentes más comunes eran protagonizados por caídas de los caballos y cornadas de los toros, roturas de ejes en los carruajes, vuelcos de las carretas y carros que se encajaban en lodazal.

El profesor Arístides Testa  Días historiador local  ha sostenido que por el noreste de  Los Leones pasaba un camino que conducía a Córdoba. Para llegar a un punto a tiempo, era costumbre contratar los servicios de un baqueano, que era un avezado rastreador y conocedor a fondo de cada detalle del terreno.

Por la rastrillada de los chilenos, circularon por años miles de vacunos robados de las estancias de la provincia de Buenos Aires rumbo a territorio chileno. Por este centenario camino, transitaron cientos de inocentes cautivas y niños sometidos a servidumbre. El éxito del malón, determinaba el encarecimiento del valor del kilo de carne para consumo en Buenos Aires. Esta ruta fue controlada por el astuto cacique Calfucurá (1), lo que le permitió hacer negocios con los araucanos del otro lado de la Cordillera de los  Andes y también con el gobierno nacional.

Hasta bien entrado el Siglo XX en algunos campos de Suipacha, se podían observar vestigios de las rastrilladas. Este camino fue transitado fundamentalmente de noche, para que los animales aguantaran  más horas sin beber agua y fuera más rápida la marcha, evitando los calores, los mosquitos, las picaduras de los tábanos y los penetrantes rayos del sol del desierto.

(1)Juan Manuel Calfucurá era hijo del cacique Huentecurá, nacido en Temuco (República de Chile), se había instalado en “Salinas Grandes en 1818”, era hermano de Antonio Mamancurá. Cuando Juan Manuel de Rosas se hizo cargo por segunda vez del gobierno con la suma del poder público, firmó con éste en el año 1835 en la Estancia del Pino, un tratado de paz, recibiendo en concepto de indemnización  1500 yeguas y 500 vacas. (Tres Años de Cautividad entre los Patagones – Gemard Augusto- Bs. As. Pág. 104/105 – Año 1941).

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